CAPÍTULO I. Del reino de Granada, y del tributo que pagaba a la Corona de Castilla.


Desde la desastrosa época en que la invasión de los árabes y la derrota de don Rodrigo, último Rey de los godos, echaron el sello a la perdición de España, habían pasado cerca de ochocientos años; y los príncipes cristianos, recobrando sucesivamente los reinos que perdieron, habían reducido el señorío de los moros a solo el territorio de Granada.

Estaba situado este famoso reino en el mediodía de España, confinando por esta parte con el mar mediterráneo, y por la del norte con una cordillera de altas y escarpadas montañas, cuya esterilidad se recompensaba largamente con la pródiga fertilidad de los ricos y profundos valles que abrigaban en su seno.

La ciudad de Granada, ocupando el centro del imperio, descollaba desde la falda de Sierra nevada, y cubría dos alturas y un valle fertilizado por el Darro 1.

Vista general de Granada en el Siglo XV, fuente: video en youtube de Angel Soler Gollonet

Sobre una de estas alturas se eleva el alcázar real de la Alhambra, cuya capacidad es tanta, que pueden alojarse cuarenta mil hombres dentro de sus muros y torreones. Era fama entre los moros, que el Rey que levantó este suntuoso edificio, estaba instruido en las ciencias ocultas, y que el arte de la alquimia le suministró los medios para ocurrir a tan grandes gastos 2).

Es efectivamente una obra sublime, y acaso superior en su género a cuanto ha producido la magnificencia oriental; pues aun en el día, el forastero que discurre por sus silenciosos y desiertos patios y desmantelados salones, contempla con admiración la curiosa labor de sus dorados techos, y el lujo de los adornos, que a pesar del tiempo y sus estragos, conservan todavía su brillantez y hermosura.

Sobre otro cerro, enfrente de la Alhambra, estaba fundada la fortaleza de la Alcazaba, su rival, donde había un llano espacioso, cubierto de casas y de una población numerosa. Por las faldas de estos cerros se extendía la ciudad, en la que se contaban setenta mil casas, distribuidas en calles angostas y plazuelas, según era costumbre de los moros. En las casas había patios y jardines; y en ellos se veían brotar fuentes caudalosas, y florecer el granado, el cidro y el naranjo; y elevándose unos sobre otros los edificios, presentaba esta capital el aspecto singular y embelesador de una ciudad y de un jardín a un mismo tiempo. Estaba la población cercada de altos muros, que tenían tres leguas de circunferencia, con doce puertas, y mil y treinta torres. La elevación de la ciudad y la proximidad de Sierra nevada, cubierta perpetuamente de nieve, mitigaban los calores excesivos del estío; de suerte, que mientras en otras partes agobiaba y rendía el rigor de la canícula, aquí se gozaba de una temperatura suave, y un aire puro y sano circulaba por las habitaciones de Granada.

Pero la gloria de esta ciudad era su vega, que se extendía por espacio de treinta y siete leguas de circunferencia. Era un jardín de delicias, rodeado de altos cerros, y fertilizado por una multitud de fuentes y manantiales; y el cristalino Genil deteniendo su curso, lo atravesaba con lento y tortuoso paso. La industria de los moros, había repartido las aguas de este rio en mil corrientes y arroyuelos, que llevaban un riego abundante por toda la superficie de la llanura. Llegaron en efecto a poner en tanta prosperidad a esta región feliz, que causaba admiración; esmerándose en añadirle nuevos adornos, asi como un amante se complace en realzar la belleza de su dama. Los cerros estaban coronados de olivares y viñedos, y matizados los valles de huertas y jardines: lozanas mieses doraban el espacioso llano, y cubríanle inmensos plantíos de moreras que producían una finísima seda, al paso que por cualquier lado deleitaban la vista el naranjo, el cidro, la higuera y el granado. Trepando de rama en rama, se veía a la débil vid enlazarse con el álamo robusto, ó bien adornando con sus dorados racimos la rústica cabaña; y el canto perenne del ruiseñor, alegraba a este vergel florido. En una palabra, tan ameno era el suelo, tan puro y apacible el aire, y tan sereno el cielo de esta región deliciosa, que se imaginaban los moros que el paraíso de su Profeta, debía de estar en la parte del cielo sobrepuesta al reino de Granada 3).

Se había dejado a los infieles en posesión de este rico y populoso territorio, bajo la condición de pagar a los Reyes de Castilla y de León, un tributo anual de dos mil doblas de oro, y entregar mil y seiscientos cautivos cristianos, ó en defecto de estos, un número igual de moros, como esclavos; debiendo verificarse la entrega de todo en la ciudad de Córdoba.4)

En la época en que principia esta Crónica, Fernando e Isabel, de gloriosa y feliz memoria, reinaban en los reinos unidos de Castilla, León y Aragón; y Muley Aben Hazen ocupaba el trono de Granada.

Este Muley Aben Hazen había sucedido a su padre Ismael en 1465, siendo Rey de Castilla y de León don Enrique IV, hermano y predecesor inmediato de la Reina Isabel. Era del esclarecido linage de Mahomed Aben Alamar, el primero de los Reyes moros de Granada, y era el mas poderoso de su línea, pues se había acrecentado mucho su poder con la pérdida de otros reinos, que los cristianos habían conquistado a los moros, y con haberse acogido a su protección muchas ciudades y lugares fuertes de los reinos contiguos a Granada, que no quisieron rendir vasallage a los cristianos. Así se fueron dilatando los estados de Muley, y tal vino a ser su población y riqueza, cual no había ejemplo; pues se contaban en ellos catorce ciudades y noventa y siete plazas fuertes, ademas de un gran número de aldeas y lugares abiertos, defendidos por castillos formidables; el espíritu de Aben Hazen creció a la par de su poderío.

El tributo en dinero y cautivos, había sido pagado puntualmente por Ismael, y aun Muley en una ocasión habia asistido personalmente a su pago en Córdoba. Pero la insolencia y menosprecio que sufrió entonces de los orgullosos castellanos, habían despertado toda su indignación, y se enfurecía el africano altivo al recordar aquella humillante escena y el envilecimiento de los suyos. Así, cuando subió al trono, cesó enteramente el pago del tributo, y bastaba traérselo a la memoria para que la cólera le arrebatase.

  1. El Darro es el río que ,proviniente de Sierra Nevada, sale a La Vega tras atravesar la ciudad.[]
  2. (Zurita lib. XX. cap. 42.[]
  3. (Juan Bolero Renes. Relaciones universales del mundo.[]
  4. (Garibay, compend. lib. IV. c. 25.[]