CAPÍTULO II. Los Reyes Católicos envían a pedir el tributo al moro: lo que éste contestó, y como quebrantó la tregua.


En el año de 1478, llegó a las puertas de Granada un caballero español de orgulloso porte y muy noble presencia, que venia como Embajador de los Reyes Católicos, para reclamar los atrasos del tributo. Llamábase don Juan de Vera, y era un devoto y celoso caballero, lleno de ardor por la fe y de lealtad por la corona. Venia perfectamente montado y armado de todas piezas, y le seguía una comitiva corta, pero bien apercibida.


Miraban los habitantes moros a esta pequeña, pero lucida muestra de la nobleza castellana, con una mezcla de curiosidad y ceño, al verla entrar por la famosa puerta de Elvira, con aquella gravedad y señorío que distinguen a los caballeros españoles. Y mirando el gentil continente y fuerte contextura física de don Juan, que le hacían apto para las mas arduas empresas militares, se figuraban que vendría para ganar renombre y fama compitiendo con los caballeros granadinos en los torneos ó en los juegos de cañas, por los cuales eran tan celebrados; pues en los intervalos de la guerra, solían todavía los guerreros de las dos naciones entretenerse juntos en estos ejercicios caballerescos. Pero cuando entendieron que su venida era para pedir el tributo tan odiado de su fogoso Monarca, dijeron que bien era menester un caballero de tanto valor y esfuerzo como este manifestaba, para venir con una embajada semejante.

Sentado bajo de un dosel magnífico, y rodeado de los grandes del reino, recibió Muley Aben Hazen a don Juan de Vera en el salón de Embajadores, uno de los mas suntuosos de la Alhambra. Expuso el español el objeto de su misión; y habiendo concluido, le dijo el soberbio Monarca con semblante airado y tono desdeñoso: “Id, y decid a vuestros soberanos, que ya murieron los Reyes de Granada que pagaban tributo a los cristianos; y que en Granada no se labra sino alfanjes y hierros de lanza contra nuestros enemigos.” 1)

Con esta respuesta, mensajera de una guerra cruel, volvió el Embajador castellano a la presencia de su Monarca.

En el corto espacio que permanecieron en Granada, tuvieron lugar don Juan y sus compañeros de reconocer, como inteligentes y prácticos, las fuerzas y situación del moro. Notaron que estaba bien apercibido para la guerra; que las murallas, fuertes y bien torreadas, estaban guarnecidas de lombardas y otras piezas de artillería; que los almacenes estaban bien provistos de municiones y pertrechos de guerra; que había una infantería numerosísima, y muchos escuadrones de caballería, prontos a entrar en campaña y, capaces no solo de hacer la guerra en la defensiva, sino de llevarla a las puertas del enemigo. Todo esto vieron nuestros guerreros sin arredrarse, antes se felicitaron de haber hallado un contrario tan digno de ellos; y esta consideración servia de estímulo a su valor.

Al pasar por las calles de Granada, cuando salían de la ciudad, miraban en derredor de sí, e íbanseles los ojos tras de tanto objeto como excitaba su codicia. Veían aquellos suntuosos palacios y magníficas mezquitas, aquella alcaicería ó mercado, tan abundante de sedas, de telas de oro y plata, de joyas, de piedras preciosas y de una variedad inmensa de géneros de mucho precio y lujo, traídos de los mas remotos climas, y deseaban con impaciencia llegase la hora en que todas estas riquezas fuesen despojos de sus soldados, y en que, postrada la media luna, tremolase en su lugar el estandarte de la cruz.

Iba don Juan de Vera atravesando lentamente el país con dirección a la frontera, y no veía pueblo que no estuviese bien fortificado: toda la vega estaba sembrada de torres, que servían de asilo a las gentes del campo: en las montañas, todos los pasos se hallaban defendidos con castillos, y todos los cerros tenían sus atalayas. Al pasar bajo los muros de estas fortalezas, veían se relumbrar desde los adarves las lanzas y cimitarras de los moros, y el feroz centinela parecía lanzar miradas de odio y enemistad a los cristianos. Era evidente que de romperse la guerra con esta nación, se seguiría una larga y sangrienta lucha, llena de trances peligrosos y de empresas arduas; una lucha, en fin, en que el terreno se ganaría a palmos, y con sudor y sangre; y solo podría conservarse con suma dificultad. Pero esto mismo inflamó el espíritu guerrero de los castellanos, y ya se les hacia tarde que empezasen las hostilidades.

Al desafió del fogoso Monarca moro, hubieran contestado desde luego los Reyes Católicos con el estruendo de su artillería; pero se hallaban a la sazón empeñados en una guerra con Portugal, y ocupados en deshacer una facción de los grandes de su mismo reino. Así, pues, se permitió continuase la tregua, que por tantos años había subsistido entre las dos naciones; reservándose el cauto Fernando la resistencia de los moros a pagar tributo, como un motivo fundado para hacerles la guerra en el momento que se presentase una ocasión favorable.

Al cabo de tres años terminó la guerra con Portugal, y quedó sosegada en gran parte la facción de los nobles de Castilla. Trataron entonces Fernando e Isabel de realizar el proyecto, que desde la unión de sus dos coronas había sido el grande objeto de su plausible ambición, a saber: la conquista de Granada, y la extirpación del dominio de los moros en España. Para este fin determinó Fernando hacer la guerra con detenimiento y precaución; y perseverar en ella, quitando al enemigo, uno después de otro, sus castillos y fortalezas, hasta dejarle enteramente sin apoyo, para acometer entonces la capital. A este intento dijo el prudente Rey: “Uno a uno he de sacar los granos a esta Granada.”

No se ocultaban a Muley Aben Hazen las intenciones hostiles del Católico Monarca; pero confiaba en los medios que tenia para resistirle. En el discurso de un reinado tranquilo, había juntado grandes caudales y puesto en estado de defensa todas las plazas del reino: había sacado de Berbería cuerpos numerosos de tropas auxiliares, y se había concertado con los príncipes de África, para que en caso urgente le enviasen nuevos socorros. Tenia en sus vasallos soldados aguerridos y de gran corazón, cuyos hechos no desmentían la opinión de que gozaban. Avezados a los trabajos de la guerra, sabían sufrir el hambre, la sed, el cansancio y la desnudez; montaban primorosamente, y lo mismo peleaban a pié que a caballo, lo mismo armados de todas piezas que a la jineta, ó a la ligera, con solo lanza y adarga. Obedientes a la voz del Soberano, campeaban a la primera intimación, y defendían con tenacidad sus pueblos y posesiones.
Hallándose tan apercibido para la guerra, resolvió Muley Aben Hazen anticiparse a Fernando, y dar el primer golpe. En la tregua que subsistía había una cláusula singular, y era, que se podía acometer cualquier castillo, y hacerse unos a otros correrías y cabalgadas, siempre que no se asentase real, ni fuesen con banderas tendidas, ni con sonido de trompeta, sino de improviso y con estratagema, y que esto no durase mas de tres días.2) De aquí se originaron tantas empresas tan temerarias y peregrinas, en que se asaltaban y sorprendían tantos castillos y lugares fuertes. Pero hacia ya mucho tiempo que por parte de los moros no se había cometido ningún exceso de este género, y por esta causa los pueblos fronterizos de los cristianos no se guardaban con la debida vigilancia.

Deseando estaba Muley Aben Hazen saltear alguna villa, cuando se le dio aviso que la Zahara, por el descuido de su alcaide, se hallaba a mal recado, mal abastecida y con corta guarnición.

Zahara de la Sierra había sido conquistada por los cristianos en 1407 y se encontraba muy próxima a la frontera. Fuente Wikicomons.

Esta importante fortaleza, estaba situada sobre un escarpado cerro entre Ronda y Medina Sidonia, y la dominaba un castillo encaramado en un peñasco tan alto, que se decía descollaba entre las nubes, y que las aves no alcanzaban a remontar hasta allí el vuelo. Las calles y muchas de las casas, no eran mas que excavaciones labradas en la peña viva.

Zahara de la Sierra hacia el final de la Edad Media.
Zahara de la Sierra en la actualidad. El lago que se ve al fondo no existía hasta que en 1993 se concluyó una presa para acumular las aguas del río Guadalete.
Otro vista de Zahara de la Sierra en la actualidad en la que se intuye la inexpugnabilidad de su castillo referida por las fuentes históricas.

La población tenia una sola puerta, la cual miraba a poniente, y estaba defendida con sus torres y almenas. La única subida a este empinado castillo, era por un sendero cortado en la misma roca, y tan fragoso en algunas partes, que parecía una escalera desmoronada.

Tal era Zahara, que por su situación y fuerza parecía podía burlarse de cuantas tentativas se hiciesen para tomarla; y esto se tenia por tan cierto, que dio motivo a que a las mujeres de una virtud severa e inaccesibles las llamasen Zahareñas. Pero ni la plaza mas fuerte, ni la virtud mas austera, dejan de tener algún lado débil, por lo que han menester la mayor vigilancia para guardarse. Estén, pues, sobre aviso las damas y los guerreros, y escarmienten con la suerte de Zahara.

  1. (Garibay, comp. lib. XL. cap. 29. Conde, Historia de los árabes, p. IV. cap. 34.[]
  2. (Zurita, Anales de Aragon: lib. XX. cap. 41. Mariana, Historia de España: lib. XXV. cap. 1.º[]